La renuncia de Linus Torvals en Linux ha abierto un debate sobre los límites de las organizaciones meritocráticas. Del correcto análisis de los problemas que visibiliza esta renuncia depende la supervivencia de las organizaciones que apuestan por la meritocracia
Los partidarios de las formas de organización nativo digitales nos sentimos muy cómodos contraponiendo la agilidad, la eficiencia y la eficacia de nuestros modelos organizativos con los límites de los modelos organizativos clásicos. Sin embargo es difícil encontrar reflexiones valiosas sobre los propios límites de estas “nuevas” formas organizativas… hasta ahora.
Linus Torvalds ha abdicado como Dictador Benevolente De por vida de Linux.
Cuesta mucho explicar la importancia de Linux a alguien que no la conozca. Es una anomalía que Linux no mueva el escritorio de tu ordenador (el único mercado en el que es minoritario) porque mueve el mundo.
Linux mueve la mayoría de servidores (mueve Internet) y prácticamente todos los superordenadores (mueve la ciencia), además de estar (aunque sea como cautivo) en el sistema operativo más usado del mundo: Android.
En su comunicado de renuncia Torvalds comienza relatando una serie de acontecimientos prosaicos: Un problema de agenda le impedía asistir a una reunión de Linux que obviamente no se podía realizar sin él. Termina haciendo una reflexión personal sobre la vida y las relaciones humanas que ha abierto a su vez una reflexión en toda la comunidad del software libre y más allá sobre los límites de ciertas formas de autoorganización nativo digitales que hacen gala de la meritocracia como principio básico.
Una de las consecuencias de este acontecimiento ha sido la atención que ha recibido el Manifiesto PostMeritocrático que llevaba ahí desde mayo y que ha sido firmado por Patricia Torvalds (la hija de Linus).
- En nuestra opinión este movimiento acierta en la descripción pero no es lo suficientemente claro en la prescripción. La versión de la meritocracia que regula algunas comunidades nativos digitales no es la medida objetiva que se pretende y mucho menos la panacea. Y eso cuando hablamos de código. En cuanto salimos de este terreno tan auditable y entramos en otros sectores productivos, la meritocracia puede convertirse en una distopía. La “ética del cuidado”, aunque necesaria, no va a solucionar este bug. La amabilidad es básica en cualquier relación humana, la autoestima es importante para la realización personal, pero nada de esto sustituye a las competencias.
- Un debate sobre el tema debería empezar por no descartar la meritocracia en la forma en la que se ha implementado en este tipo de modelos organizativos. El problema no es la jerarquía en los individuos que impone esa meritocracia, sino la jerarquía de los méritos. El manifiesto apunta tímidamente en esa dirección cuando dice que no hay que valorar más los hard-skills que los soft-skills. Pero no lo plantea en términos de ecosistema, sino que pone el acento en la inclusividad en una comunidad abstracta. Consideramos que hay capacidades más valiosas que otras porque consideramos que hay capacidades más sustituibles que otras y esto no encaja con una visión sistémica de la organización. En una dinámica de equipo hay una dimensión relacional dentro del equipo y con toda su red que escapa del análisis competencial, y que afecta a todo el ecosistema. No hay partes de un ecosistema que puedan ser extraídas y sustituidas sin alterar todo el ecosistema.
Cada sistema es único e irrepetible, por eso las buenas experiencias de colaboración y auto-organización son tan difíciles de reproducir. Si la organización no puede funcionar sin café, justo y necesario es pues reconocer el mérito del que se asegure de que disponemos del café que necesitamos, cuando lo necesitamos, en la forma en el que lo necesitamos, y cumpliendo la función biológica y psicológica que tenga que cumplir a nivel individual y colectivo. Puede que esto parezca una simple ocurrencia pero estamos convencidos de que de ello depende la supervivencia o no de las organizaciones que apuestan por la meritocracia.