El “propósito” y los “valores compartidos” son las palabras más recurrentes cuando se habla del futuro del management y el liderazgo. Se presenta al propósito como la clave para alinear a tu equipo y para la creación ética de valor más allá de los intereses de los accionistas. Estas palabras de moda han quitado protagonismo a las clásicas misión y visión de la organización; no estamos señalando una tendencia en organizaciones alternativas, sino describiendo un mainstrain consolidado. Harvard Business Review publica que el propósito es clave para la retención de los empleados. El propio Laloux escribe en strategy+business que las organizaciones con un propósito evolutivo son el futuro. Tener un propósito es lo que se lleva ahora.
La política se come al propósito y a los valores compartidos para desayunar.
En Pantheon Work decimos que cualquier profesional que piense críticamente sobre la dinámica real de una “organización con propósito” debería admitir que el propósito no crea alineamiento, ni orienta la creación de valor. Solo la política, esa palabra maldita que está ahora menos de moda que nunca, lo hace. La política no será una palabra popular, pero se come al propósito y a los valores compartidos para desayunar. Y es que no hay un solo sistema moral o ético -ningún propósito o valores compartidos- que estén a la altura de sus promesas.
Todo es política. Poner el propósito en el centro de tu modelo organizativo es, por supuesto, también una cuestión política. Se trata de un mecanismo naif o interesado que oculta la dimensión política de cualquier organización humana, pretendiendo que un propósito común alineará a los individuos más allá de los conflictos de intereses particulares inherentes a nuestra naturaleza. El alineamiento de los miembros de una organización entorno a un propósito es una profecía autocumplida condenada al fracaso. Funcionará generando auto-sacrificio y/o resultados desiguales e injustos… mientras funcione. Cuando deje de hacerlo, el propósito será cínicamente ignorado, o se convertirá en el centro de una batalla política.
Lo que crea la alineación, según nuestra investigación y experiencia, no son los valores compartidos sino los objetivos concretos (y no necesariamente compartidos por toda la organización). Pensamos que la coexistencia de valores y propósitos diversos no sólo es deseable desde el punto de vista de la libertad y la creatividad sino, hasta cierto punto, inevitable. El monopropósito, en el sentido literal, no es una utopía sino una distopía.
Como explica el pensador político español Patxi Lanceros, las normas/leyes estabilizan los valores éticos y morales de la misma manera que los precios estabilizan los valores económicos.
Por si no hemos sido lo suficientemente claros: lo concreto y no lo compartido es clave en una cultura organizativa funcional. Por otra parte, unas mismas normas y prácticas concretas pueden acomodar diferentes conjuntos de valores. Como explica el pensador político español Patxi Lanceros, las normas/leyes estabilizan los valores éticos y morales de la misma manera que los precios estabilizan los valores económicos. En Pantheon Work hemos comprobado una y otra vez que la clave no es una “cosmovisión” compartida sino una “cosmopraxis” asumida.
En Pantheon Work hemos experimentado consistentemente que la clave no es una “cosmovisión” compartida sino una “cosmopraxis” asumida.
Entonces, ¿no tiene sentido el propósito? Sí, sí que lo tiene. El propósito, con el nombre que queramos (visión, grandes retos, etc.) es también importante. Lo que estamos argumentando es que el propósito no cumple las promesas que la literatura de gestión está haciendo. Sin embargo, juega otros papeles organizativos importantes. Es por eso que las organizaciones trabajan en su propósito y valores. Obtienen algo valioso con ello, aunque piensen que es la alineación o la creación ética de valor.
El propósito mantiene vivo el ideal de la organización racional.
Al contrario que un objetivo, el propósito tiene que ser lo suficientemente ambicioso y amplio para que sea motivador y sirva de paraguas a las aspiraciones del colectivo. El propósito será, por supuesto, una herramienta para aquellos que tienen la autoridad real (sin importar la forma en que la obtuvieron) para justificar opiniones y hacer cumplir comportamientos. Pero sobre todo servirá para la creación de una identidad colectiva y la atracción de personas con ideas afines. En la comunicación, el propósito y los valores serán la clave de nuestro relato. Y mientras que haya incentivos reales para permanecer en la organización, el propósito será la palabra mágica con las que apelaremos a ellos sin mencionarlos. En resumen, la declaración de un propósito y de unos valores compartidos son señales sociales/de estatus -a veces “virtue signaling”- para identificarse y reunirse. Y en última instancia, el propósito está conectado a lo que Nils Brunsson llama mecanismos de esperanza. El propósito mantiene vivo el ideal de la organización racional. Para todo lo demás, esta lo concreto.