Imaginemos que tenemos un sobrino que nos confiesa que está confuso respecto a muchas cosas: ¿Qué carrera profesional perseguir? ¿Qué estilo de vida puede aspirar a llevar? ¿Está dispuesto a sacrificar el amor, o la vida familiar por una carrera profesional? ¿Está dispuesto, por el contrario, a sacrificar una oportunidad profesional por su relación de pareja, o un propósito trascendente? ¿Contribuiría a destruir la capa de ozono a cambio de un sueldo extraordinario que solucionara la enorme deuda que ha contraído por ir a la universidad en EEUU, o por comprar un piso céntrico con su pareja?
Vivimos en una época obsesionada con las metodologías, y las listas del paso-a-paso para lograr resultados. Directivos, coaches, mentores, consultores y facilitadores confiamos cada vez más en metodologías que se venden con la misma retórica que el título click-bait de un post en Medium. y confiamos en la inteligencia artificial que trata cantidades ingentes de datos que por primera vez tenemos a nuestra disposición. Pero no hay metodologías ni algoritmos para responder a las preguntas de nuestro sobrino; ni recetas, ni métodos, ni “procedures”. Incluso la historia de la ciencia ficción, desde Julio Verne, es un recordatorio de que eso nunca va a pasar. Hay ciertamente algunas técnicas y conocimientos que pueden ayudarle, pero fundamentalmente, para ayudar a ese sobrino de la mejor manera posible debemos acudir a la sabiduría.
¿Qué implica eso? Pues si nos fiamos de Aristóteles, implica, por supuesto, que tenemos que ser capaces de basar nuestros juicios en el razonamiento, la observación y discriminación de hechos que lleven a conclusiones lógicas. Pero no es menos importante incluir aspectos no racionales y subjetivos de la experiencia humana: atender a nuestros instintos, a las intuiciones y enseñanzas que nacen de la experiencia acumulada por nosotros mismos y nuestra especie, y que van recogiendo nuestras tradiciones. A estar atento a la empatía con nuestro sobrino, a las emociones interpersonales y a nuestra experiencia espiritual si la tenemos. A los sentimientos y las pasiones que nos llevan a posicionarnos y a actuar en un sentido u el otro. Significa también prestar atención al gozo que nos produce la dimensión estética de nuestra existencia, que no puede desligarse de la ética: la propia vida como una obra de arte. Todo ello, acompañado de humildad intelectual, prudencia y pragmatismo, para que nuestros consejos no le conduzcan a asumir riesgos absurdos o innecesarios. No hay metodología ni programa formativo en el mundo que pueda llevarte, paso a paso, a los resultados de la sabiduría.
Abrumador, ¿verdad? Y es que nadie nos ha educado para emprender el camino de la sabiduría, ni siquiera nos ha dicho que la sabiduría era algo deseable, porque nuestras sociedades no la incentiva. Al contrario: por lo general la penaliza, por su cuidado por el otro y su visión a largo plazo como personas y como humanidad. De hecho, hay una cantidad ingente de literatura académica que muestra cómo personas con trastornos graves de psicopatía y narcisismo son promocionados en lugar de despedidos en las grandes organizaciones.
Hay contextos muy claros en los que la sabiduría sirve de poco. Por ejemplo, en un “ring”. El peso, el entrenamiento técnico, la capacidad de concentración en el combate, son mucho más determinantes que la sabiduría. No tienes que ser sabio para ser el mejor futbolista del mundo. Pero tampoco tienes que ser sabio para ser el mejor CEO del mundo. Hablemos de management.
Nuestras organizaciones parecen más un ring, porque nuestro sistema económico parece más un mundial de boxeo. La mentalidad fundamental parte de la suma cero: lo que perdamos nosotros, lo ganará nuestra competencia. Compiten las empresas, compiten las universidades, compiten las ONG’s y compiten las ciudades y los países. Además, hay que mostrar resultados a corto plazo en un mundo que percibimos más acelerado. Valoramos la agilidad, la fuerza, la inteligencia, porque nos ayudan a perseguir resultados a corto plazo, sin tener cuidado de nadie más que nuestra cuenta de resultados y nuestro informe sobre responsabilidad corporativa; o el cumplimiento a corto plazo de algún punto de nuestros mandatos como activistas, políticos o servidores públicos. Solo hay premio, ¡y a menudo supervivencia!, para el corto plazo. La erudición, de existir, es memorística y destinada al espectáculo; a revestir inocuamente la técnica, la metodología y el paso-a-paso. Lo que Taleb llama un IYI (Intellectual Yet Idiot; intelectual, y aún así, idiota).
Pero parece que las cosas están cambiando, porque el modelo cortoplacista muestra síntomas de saturación y de grave insostenibilidad ecológica (desastres naturales debidos al cambio climático) y social (conflictos sociales provocados por enormes desigualdades). Las democracias liberales parlamentarias están en crisis, desde el Reino Unido hasta Bolivia. Los inversores están dispuestos a pagar dinero al Bundesbank para que guarde su dinero, en un contexto en el que los depósitos no rinden porque el capital está sobre-escalado. Tal vez no seamos capaces de detener el sistema de incentivos autodestructivos que hemos creado; tal vez sí. Y si esto último ocurre será porque, colectivamente, volveremos a dar importancia a la sabiduría.
En un mundo en el que la sabiduría no se considera imprescindible, o es incluso molesta para lograr resultados a corto plazo, en Pantheon Work somos muy “fans” de los clientes y colaboradores que valoran la sabiduría, y saben apreciar que nosotros también valoremos la sabiduría. Pienso que hay un reconocimiento mutuo que hace que queramos seguir trabajando juntos. Nos gusta dar tiempo a pensar reflexivamente y colectivamente sobre fuentes de sabiduría presentas y pasadas. No siempre tendremos oportunidad de hablar con nuestros clientes sobre la gestión de la tecnología que hacen los Amish, de los que nos enseñan las comunidades de software libre, del papel de la imaginación en la ciencia, de la pertinencia actual de los Vedas hindúes, del pensamiento sistémico detrás de un corpus mitológico, o del trabajo ignorado de oscuros filósofos franceses post-estructuralistas. Pero valoran que podamos compartir ideas y consejos, teniendo en cuenta todas esas cosas en cuanto a fuentes de sabiduría. Valoran que las metodologías que usamos fueran propuestas por sabios como Jean-Christian Fauvet, gran lector de Edgar Morin, o Verna Allee, conocedora de la mitología y el pensamiento tradicional de la India. Valoran que en los encuentros semanales que tenemos el equipo de Pantheon Work nos demos un tiempo importante para hablar de esas y otras cosas, y sobre cómo se trasladan a nuestro hacer privado, ciudadano y profesional.
Hay personas sabias, y también equipos sabios; la sabiduría como resultado emergente mayor que la suma de los saberes y las capacidades individuales. Me siento muy privilegiado de que, en la medida de nuestras posibilidades, las de las personas y organizaciones con las que más trabajo, tratamos de cultivar esa sabiduría, con lo que cada uno sabe y puede.